Thinking
Desde que
Freeman Tilden dejase plasmada la necesidad de transmitir y comprender el
sentido del lugar que habitamos o visitamos en 1957; desde que en 1967 un
barrio de Washington decidiera que la mejor forma para solucionar sus problemas
y hacer frente a sus necesidades futuras era mediante el trabajo con la
Memoria, la Comunidad y el Patrimonio; desde que en la Mesa Redonda de Santiago
de Chile de 1972 se tomase la decisión firme por la que el Patrimonio era un
herramienta imprescindible para el cambio y el desarrollo integral de las
sociedades. Desde aquellos años los museos cambiaron –o deberían haberlo
hecho–: de ser instituciones centradas en unas colecciones de bienes, se han
convertido en espacios para el diálogo social cuyo objetivo es el sujeto y no
el objeto.
Ha costado
dos siglo de historia la institución museal y casi los mismos años de estudio e
investigación de la disciplina para darnos cuenta que los bienes, artefactos,
objetos, obras, reliquias, cachivaches o esas cosas que coleccionamos son
esencias que contienen historias, sentimientos, emociones, pensamientos,
ideologías, creencias o espiritualidades. Dos siglos para darnos cuenta de que
esos “objetos” son medios para transmitir mensajes de un espacio y un tiempo.
Dos siglos para entender que el sujeto, individual y colectivo, creador del
bien y de la intangibilidad intrínseca del mismo, de su valor patrimonial, son
el verdadero foco de trabajo para los profesionales de la museología y de la
interpretación del patrimonio.
Hiroshima y
Nagasaki poseen sendos museos que se manifiestan como ejemplos de esta
funcionalidad del museo y de la misión comunicadora del objeto patrimonial, en
la que prima la conservación de un mensaje por encima de la de los objetos. Nos
estamos refiriendo al Hiroshima Memorial Museum y al Atomic Bomb
Museum de Nagasaki. Museos que muestran un patrimonio intangible por medio
de la documentación gráfica, las recreaciones, dioramas, reproducciones,
objetos originales y testimonios.
Como en casi
cualquier museo, uno sabe a qué entra, pero en contadas ocasiones sabe con qué
sale. Cuando visitamos un museo de bellas artes sabemos que entramos
fundamentalmente a deleitar nuestros sentidos pero es posible que al salir salgamos
con los sentidos en el mismo estado que al entrar, con alguno de ellos
extasiado o con el recuerdo de la tienda del museo. En los museos de Hiroshima
y Nagasaki uno sabe que entra a ver una desgracia, un horror, y cree que saldrá
sabiendo que ha visto una desgracia pero siempre queda la incertidumbre de
saber cuál es el mensaje que puede o debe transmitir un museo de este tipo para
las generaciones futuras; o cómo debe transmitirse un hecho histórico puntual,
pero que supuso un antes y un después para dos ciudades, para un país, para el
mundo.
Hiroshima y
Nagasaki. 6 de agosto de 1945 y 9 de agosto de 1945. 8:15 y 11:02 horas de la
mañana. En décimas de segundo el hipocentro. En treinta segundos nada, no
quedaba nada. Este es el hecho que deben conservar dos museos que han sido
creados para explicar la explosión de las primaras bombas atómicas sobre
población civil. ¿Cuál es el mensaje que debe calar en el visitante?
La entrada a
ambos museos es bastante similar. Los dos hacen una breve historia al lugar,
desde que empezó a ser poblado, hasta el momento concreto. Los dos utilizan la
metáfora del reloj, la hora fatídica, el momento. Un imprevisto en las vidas
cotidianas de dos comunidades. En el museo de Hiroshima un gran panel con un
reloj y con un escrito donde dice: “Una libélula revoloteaba delante de mí y se
detuvo en una valla. Me levanté, cogí mi gorra en las manos, y estaba a punto
de capturarla cuando...” Al lado una vitrina con un reloj que se detuvo justo a
las 8:15 a.m. En el Museo de Nagasaki esta metáfora es más sutil, más onírica,
simplemente un sonido, tic-tac, se
escucha mientras se accede por un pasillo en semipenumbra a la exposición.
Los dos
museos poseen características similares en su puesta en escena museográfica.
Paneles bilingües japonés-inglés, dípticos informativos en la entrada en varios
idiomas: japonés, coreano, inglés, francés, y alemán, así como audioguías en
veintisiete idiomas. Las dos instituciones recrean construcciones y escenas del
momento posterior a la explosión; recursos interactivos, fotografías,
documentos, objetos y testimonios de supervivientes o familiares. En lo que
distan es en la forma de plantear el mensaje final en cada museo.
El museo de
Hiroshima se divide en dos partes, el Edificio Este y el Edificio Principal. La
primera planta del Edificio Este comienza con una pared elíptica colmatada de
carteles que explican la historia de Hiroshima desde la época Meiji hasta el
momento de la explosión. Poco más de 30 metros para cerca de 30 paneles
explicativos. Tantos carteles y tres siglos de historia. El resto del museo
está dedicado íntegramente al momento de la explosión de la bomba atómica,
desde el diseño de la misma hasta el bombardeo de la ciudad. Podría parecer
lógico que un Memorial Museum fuese de estas características, pero cuando uno
observa la oferta de instituciones dedicadas a presentar historia, cultura,
arte, folclore, etc., observa que no existe ningún museo dedicado a la Historia
de Hiroshima o de la prefectura[1]. El único especializado en
estos temas es este Memorial Museum.
Poco más de 30 metros, me repito, pero ahora en pregunta, ¿para entender que
Hiroshima tuvo un antes? Pero lo importante es un día.
En las
siguientes salas del Edificio Este del museo de Hiroshima se puede comprender
con bastante claridad y linealidad la historia del suceso, la fabricación del
momento por la situación bélica que vivía Japón y el mundo entero. En el
Edifico Principal se muestra lo que sufrió la ciudad de Hiroshima: la
devastación, la desolación, la destrucción, la radiación y las consecuencias
traumáticas que han perdurado durante décadas.
Quizá ése sea
uno de los mensajes con los que se sale del museo: la crueldad del ser humano
con el propio ser humano; o la enajenación transitoria de valores humanos que
nos lleva a realizar estos actos disfrazada de hecho coyuntural o de daños
colaterales en pro de un bien mayor. Pero después uno se sigue preguntando ¿y
ahora qué? ¿Y después de esta brutalidad, hacía dónde vamos, hacia dónde va
Hiroshima? Hiroshima es una ciudad que ha recuperado su vitalidad, que posee
una población cercana y llena de humildad individual y grupal, y que si no
fuese por las placas conmemorativas y las calles en memoria de lo que ocurrió,
jamás se pensaría que allí sucedió aquel desastre. Pero el museo, aunque acude
a lo personal de sus víctimas y supervivientes, parece que deja estancada la
mirada a aquel fatídico momento. Las salas dedicadas a los movimientos para la
paz que se han realizado a lo largo de los años, ubicadas al final de la
tercera y cuarta planta del Edificio Este, no son lo suficientemente
impactantes, atractivas o instructivas como para responder a preguntas como
¿pero qué está pasando en la actualidad con el armamento militar atómico? ¿qué
está sucediendo? ¿para qué sirvió Hiroshima? El día 6 de agosto Hiroshima
desapareció y tuvo que volver a crecer, pero ¿la historia de su población
también? ¿la carrera del armamento nuclear también?
En Nagasaki
encontramos a escasos cien metros del museo dedicado a la explosión de la bomba
atómica el Museo de Historia y Folclore y, en el centro de la ciudad, se puede
ver el Museo de la Cultura Tradicional de la zona de Nagasaki. Dos museos que
dan una visión amplia de la idiosincrasia del lugar. En ellos únicamente se
refleja la cultura y la historia pasada y la que se está desarrollando en la
actual Nagasaki.
El Atomic
Bomb Museum de Nagasaki comienza directamente con el momento de la explosión.
El tic-tac del reloj da acceso a una
sala diáfana que ilumina por partes diferentes recreaciones de lugares en
ruinas tras la explosión. Pero con un enfoque diferente. El panel que explica
qué es la ruina lo explica por lo que fue y por la historia personal
perteneciente a ese lugar. Un ejemplo de esto es la iglesia del barrio de
Urakami, el barrio donde se encuentra el hipocentro de la explosión de la
bomba. Nagasaki fue una ciudad donde las misiones cristianas fueron muy
importantes durante los siglo XVI y XVII para la evolución cultural y económica
de la propia ciudad. Los cristianos (japoneses y foráneos) llegaron a ocupar
parte del poder administrativo de la zona, fueron perseguidos, y aniquilados.
Este periodo es de suma importancia para comprender la ciudad y su población,
antes y después de la explosión de la bomba atómica.
Al igual que
en el museo de Hiroshima, el resto de las salas explican de forma didáctica[2] la creación de la energía
atómica, de la bomba, la explosión y sus consecuencias, fundamentalmente los
destrozos materiales y las consecuencias de la radioactividad. Los objetos
personales también están presentes en el museo de Nagasaki, así como los
testimonios con nombres y apellidos para enfatizar la idea de que las personas
que allí perecieron y sufrieron la desgracia fue la población civil, ciudadanos
corrientes. El mensaje en este sentido de los dos museos es que en aquellos dos
momentos los únicos que perdieron fueron los seres humanos.
En cuanto al
mensaje final del museo, el que intenta hacer reflexionar sobre el
acontecimiento aciago y sobre la evolución del mismo, y que en el museo de
Hiroshima no estaba del todo cerrado, en el museo de Nagasaki sí que existe un
paso más. El final del museo, como sucede en el de Hiroshima, está dedicado a
la evolución de la tecnología militar atómica de los diferentes países del
mundo hasta la actualidad y de las diversas manifestaciones a favor de la paz y
del desarme atómico, pero en este museo hacen hincapié en las pruebas atómicas
que se han hecho y que se siguen haciendo, y en las consecuencias sobre los
territorios y las poblaciones cercanas sobre las que se realizan. Hiroshima y
Nagasaki fueron el comienzo; desde entonces se han realizado más de 2.000
detonaciones controladas, aunque únicamente nos lleguen noticias como las
pruebas realizadas en el atolón Bikini, en Nevada o en la Polinesia Francesa. Y
todos ellos con sus víctimas, con sus damnificados, o con sus consecuencias
para los ecosistemas.
Al final de
la exhibición cronológica que se realiza de estos hechos mediante paneles con
imágenes y textos, dioramas y mapas, hay un pequeño anfiteatro para no más de
quince a veinte personas, en el que se proyectan dos vídeos consecutivos, uno
con una duración de cinco minutos y el otro de siete. Sin voz en off,
sin narrador, con el texto justo en inglés y con el sonido natural de la
filmación, el primero de los vídeos muestra las diferentes pruebas atómicos que
se han realizado desde 1946 en alternancia con las diferentes cumbres
internacionales para la paz y para el desarme[3] así como las
manifestaciones sociales en contra de estas prácticas; y el segundo muestra de
la misma forma visual las poblaciones cercanas a los lugares de esas pruebas
atómicas, lo que padecieron y las consecuencias que arrastran hasta hoy día.
Justo después de esto se encuentra la salida del museo quedando una lectura
sobre el horror que sufrieron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki[4] y, por otro lado, la
exclamación: “¡el ser humano sigue teniendo un problema sin solucionar!”
Óscar Navajas Corral
Profesor y Museólogo.
[1] La prefectura
es la división administrativa de las regiones de Japón. En el caso español se
podría equiparar a las Comunidades Autónomas.
[2] En ambos museos el público mayoritario es el de
escolares. Las guías que poseen, más extensas que los meros trípticos, son
cuadernillos enfocados a alumnos de entre 10 y 15 años, y una guía para los
profesores.
[3] Es interesante ver cómo los mismos países que
realizan las pruebas atómicas protagonizan las cumbres para la paz y el
desarme.
[4] Menciono las dos ciudades porque es curioso que en
el museo de Hiroshima la ciudad de Nagasaki y el lanzamiento de la segunda
bomba atómica es apenas mencionada, mientras que en el museo de Nagasaki la
catástrofe de Hiroshima es tan protagonista como la suya propia.