viernes, 17 de julio de 2015

Ahora que se acerca la fecha tan señalada para la historia de un país y de la humanidad recupero este artículo que apareció en el Boletín de la Asociación para la Interpretación del Patrimonio nº 23.

Thinking


Desde que Freeman Tilden dejase plasmada la necesidad de transmitir y comprender el sentido del lugar que habitamos o visitamos en 1957; desde que en 1967 un barrio de Washington decidiera que la mejor forma para solucionar sus problemas y hacer frente a sus necesidades futuras era mediante el trabajo con la Memoria, la Comunidad y el Patrimonio; desde que en la Mesa Redonda de Santiago de Chile de 1972 se tomase la decisión firme por la que el Patrimonio era un herramienta imprescindible para el cambio y el desarrollo integral de las sociedades. Desde aquellos años los museos cambiaron –o deberían haberlo hecho–: de ser instituciones centradas en unas colecciones de bienes, se han convertido en espacios para el diálogo social cuyo objetivo es el sujeto y no el objeto.
Ha costado dos siglo de historia la institución museal y casi los mismos años de estudio e investigación de la disciplina para darnos cuenta que los bienes, artefactos, objetos, obras, reliquias, cachivaches o esas cosas que coleccionamos son esencias que contienen historias, sentimientos, emociones, pensamientos, ideologías, creencias o espiritualidades. Dos siglos para darnos cuenta de que esos “objetos” son medios para transmitir mensajes de un espacio y un tiempo. Dos siglos para entender que el sujeto, individual y colectivo, creador del bien y de la intangibilidad intrínseca del mismo, de su valor patrimonial, son el verdadero foco de trabajo para los profesionales de la museología y de la interpretación del patrimonio.
Hiroshima y Nagasaki poseen sendos museos que se manifiestan como ejemplos de esta funcionalidad del museo y de la misión comunicadora del objeto patrimonial, en la que prima la conservación de un mensaje por encima de la de los objetos. Nos estamos refiriendo al Hiroshima Memorial Museum y al Atomic Bomb Museum de Nagasaki. Museos que muestran un patrimonio intangible por medio de la documentación gráfica, las recreaciones, dioramas, reproducciones, objetos originales y testimonios.
Como en casi cualquier museo, uno sabe a qué entra, pero en contadas ocasiones sabe con qué sale. Cuando visitamos un museo de bellas artes sabemos que entramos fundamentalmente a deleitar nuestros sentidos pero es posible que al salir salgamos con los sentidos en el mismo estado que al entrar, con alguno de ellos extasiado o con el recuerdo de la tienda del museo. En los museos de Hiroshima y Nagasaki uno sabe que entra a ver una desgracia, un horror, y cree que saldrá sabiendo que ha visto una desgracia pero siempre queda la incertidumbre de saber cuál es el mensaje que puede o debe transmitir un museo de este tipo para las generaciones futuras; o cómo debe transmitirse un hecho histórico puntual, pero que supuso un antes y un después para dos ciudades, para un país, para el mundo.
Hiroshima y Nagasaki. 6 de agosto de 1945 y 9 de agosto de 1945. 8:15 y 11:02 horas de la mañana. En décimas de segundo el hipocentro. En treinta segundos nada, no quedaba nada. Este es el hecho que deben conservar dos museos que han sido creados para explicar la explosión de las primaras bombas atómicas sobre población civil. ¿Cuál es el mensaje que debe calar en el visitante?
La entrada a ambos museos es bastante similar. Los dos hacen una breve historia al lugar, desde que empezó a ser poblado, hasta el momento concreto. Los dos utilizan la metáfora del reloj, la hora fatídica, el momento. Un imprevisto en las vidas cotidianas de dos comunidades. En el museo de Hiroshima un gran panel con un reloj y con un escrito donde dice: “Una libélula revoloteaba delante de mí y se detuvo en una valla. Me levanté, cogí mi gorra en las manos, y estaba a punto de capturarla cuando...” Al lado una vitrina con un reloj que se detuvo justo a las 8:15 a.m. En el Museo de Nagasaki esta metáfora es más sutil, más onírica, simplemente un sonido, tic-tac, se escucha mientras se accede por un pasillo en semipenumbra a la exposición.
Los dos museos poseen características similares en su puesta en escena museográfica. Paneles bilingües japonés-inglés, dípticos informativos en la entrada en varios idiomas: japonés, coreano, inglés, francés, y alemán, así como audioguías en veintisiete idiomas. Las dos instituciones recrean construcciones y escenas del momento posterior a la explosión; recursos interactivos, fotografías, documentos, objetos y testimonios de supervivientes o familiares. En lo que distan es en la forma de plantear el mensaje final en cada museo.
El museo de Hiroshima se divide en dos partes, el Edificio Este y el Edificio Principal. La primera planta del Edificio Este comienza con una pared elíptica colmatada de carteles que explican la historia de Hiroshima desde la época Meiji hasta el momento de la explosión. Poco más de 30 metros para cerca de 30 paneles explicativos. Tantos carteles y tres siglos de historia. El resto del museo está dedicado íntegramente al momento de la explosión de la bomba atómica, desde el diseño de la misma hasta el bombardeo de la ciudad. Podría parecer lógico que un Memorial Museum fuese de estas características, pero cuando uno observa la oferta de instituciones dedicadas a presentar historia, cultura, arte, folclore, etc., observa que no existe ningún museo dedicado a la Historia de Hiroshima o de la prefectura[1]. El único especializado en estos temas es este Memorial Museum. Poco más de 30 metros, me repito, pero ahora en pregunta, ¿para entender que Hiroshima tuvo un antes? Pero lo importante es un día.
En las siguientes salas del Edificio Este del museo de Hiroshima se puede comprender con bastante claridad y linealidad la historia del suceso, la fabricación del momento por la situación bélica que vivía Japón y el mundo entero. En el Edifico Principal se muestra lo que sufrió la ciudad de Hiroshima: la devastación, la desolación, la destrucción, la radiación y las consecuencias traumáticas que han perdurado durante décadas.
Quizá ése sea uno de los mensajes con los que se sale del museo: la crueldad del ser humano con el propio ser humano; o la enajenación transitoria de valores humanos que nos lleva a realizar estos actos disfrazada de hecho coyuntural o de daños colaterales en pro de un bien mayor. Pero después uno se sigue preguntando ¿y ahora qué? ¿Y después de esta brutalidad, hacía dónde vamos, hacia dónde va Hiroshima? Hiroshima es una ciudad que ha recuperado su vitalidad, que posee una población cercana y llena de humildad individual y grupal, y que si no fuese por las placas conmemorativas y las calles en memoria de lo que ocurrió, jamás se pensaría que allí sucedió aquel desastre. Pero el museo, aunque acude a lo personal de sus víctimas y supervivientes, parece que deja estancada la mirada a aquel fatídico momento. Las salas dedicadas a los movimientos para la paz que se han realizado a lo largo de los años, ubicadas al final de la tercera y cuarta planta del Edificio Este, no son lo suficientemente impactantes, atractivas o instructivas como para responder a preguntas como ¿pero qué está pasando en la actualidad con el armamento militar atómico? ¿qué está sucediendo? ¿para qué sirvió Hiroshima? El día 6 de agosto Hiroshima desapareció y tuvo que volver a crecer, pero ¿la historia de su población también? ¿la carrera del armamento nuclear también?
En Nagasaki encontramos a escasos cien metros del museo dedicado a la explosión de la bomba atómica el Museo de Historia y Folclore y, en el centro de la ciudad, se puede ver el Museo de la Cultura Tradicional de la zona de Nagasaki. Dos museos que dan una visión amplia de la idiosincrasia del lugar. En ellos únicamente se refleja la cultura y la historia pasada y la que se está desarrollando en la actual Nagasaki.
El Atomic Bomb Museum de Nagasaki comienza directamente con el momento de la explosión. El tic-tac del reloj da acceso a una sala diáfana que ilumina por partes diferentes recreaciones de lugares en ruinas tras la explosión. Pero con un enfoque diferente. El panel que explica qué es la ruina lo explica por lo que fue y por la historia personal perteneciente a ese lugar. Un ejemplo de esto es la iglesia del barrio de Urakami, el barrio donde se encuentra el hipocentro de la explosión de la bomba. Nagasaki fue una ciudad donde las misiones cristianas fueron muy importantes durante los siglo XVI y XVII para la evolución cultural y económica de la propia ciudad. Los cristianos (japoneses y foráneos) llegaron a ocupar parte del poder administrativo de la zona, fueron perseguidos, y aniquilados. Este periodo es de suma importancia para comprender la ciudad y su población, antes y después de la explosión de la bomba atómica.
Al igual que en el museo de Hiroshima, el resto de las salas explican de forma didáctica[2] la creación de la energía atómica, de la bomba, la explosión y sus consecuencias, fundamentalmente los destrozos materiales y las consecuencias de la radioactividad. Los objetos personales también están presentes en el museo de Nagasaki, así como los testimonios con nombres y apellidos para enfatizar la idea de que las personas que allí perecieron y sufrieron la desgracia fue la población civil, ciudadanos corrientes. El mensaje en este sentido de los dos museos es que en aquellos dos momentos los únicos que perdieron fueron los seres humanos.
En cuanto al mensaje final del museo, el que intenta hacer reflexionar sobre el acontecimiento aciago y sobre la evolución del mismo, y que en el museo de Hiroshima no estaba del todo cerrado, en el museo de Nagasaki sí que existe un paso más. El final del museo, como sucede en el de Hiroshima, está dedicado a la evolución de la tecnología militar atómica de los diferentes países del mundo hasta la actualidad y de las diversas manifestaciones a favor de la paz y del desarme atómico, pero en este museo hacen hincapié en las pruebas atómicas que se han hecho y que se siguen haciendo, y en las consecuencias sobre los territorios y las poblaciones cercanas sobre las que se realizan. Hiroshima y Nagasaki fueron el comienzo; desde entonces se han realizado más de 2.000 detonaciones controladas, aunque únicamente nos lleguen noticias como las pruebas realizadas en el atolón Bikini, en Nevada o en la Polinesia Francesa. Y todos ellos con sus víctimas, con sus damnificados, o con sus consecuencias para los ecosistemas.
Al final de la exhibición cronológica que se realiza de estos hechos mediante paneles con imágenes y textos, dioramas y mapas, hay un pequeño anfiteatro para no más de quince a veinte personas, en el que se proyectan dos vídeos consecutivos, uno con una duración de cinco minutos y el otro de siete. Sin voz en off, sin narrador, con el texto justo en inglés y con el sonido natural de la filmación, el primero de los vídeos muestra las diferentes pruebas atómicos que se han realizado desde 1946 en alternancia con las diferentes cumbres internacionales para la paz y para el desarme[3] así como las manifestaciones sociales en contra de estas prácticas; y el segundo muestra de la misma forma visual las poblaciones cercanas a los lugares de esas pruebas atómicas, lo que padecieron y las consecuencias que arrastran hasta hoy día. Justo después de esto se encuentra la salida del museo quedando una lectura sobre el horror que sufrieron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki[4] y, por otro lado, la exclamación: “¡el ser humano sigue teniendo un problema sin solucionar!”


Óscar Navajas Corral
Profesor y Museólogo.

[1] La prefectura es la división administrativa de las regiones de Japón. En el caso español se podría equiparar a las Comunidades Autónomas.
[2] En ambos museos el público mayoritario es el de escolares. Las guías que poseen, más extensas que los meros trípticos, son cuadernillos enfocados a alumnos de entre 10 y 15 años, y una guía para los profesores.
[3] Es interesante ver cómo los mismos países que realizan las pruebas atómicas protagonizan las cumbres para la paz y el desarme.
[4] Menciono las dos ciudades porque es curioso que en el museo de Hiroshima la ciudad de Nagasaki y el lanzamiento de la segunda bomba atómica es apenas mencionada, mientras que en el museo de Nagasaki la catástrofe de Hiroshima es tan protagonista como la suya propia.

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