martes, 29 de septiembre de 2015

«Babilonia cosmopolita» en el Museo de Historia de Madrid

La historia de Madrid se puede descubrir de numerosas formas. Entre ellas, una de las más apasionantes es dejar que te vaya sorprendiendo según se callejea por la misma. Pero, en ocasiones a esto le falta algún conocimiento de cada «escondite» o unos mínimos apuntes con los que completar la experiencia. Para suplir esto, sugiero una visita al Museo de Historia de Madrid.



El museo fue creado en 1929 «con la voluntad de ser la memoria histórica de la ciudad», aunque es más conocido por la fachada barroca que flanquea el edificio de Pedro Ribera que lo alberga y por el barrio castizo emblemático en el que se encuentra. Su interior, recientemente rehabilitado, es aún poco visitado. Y la verdad es que en una primera impresión esto podía llegar a comprenderse ya que la visita a la primera planta causa desasosiego incluso tedio.

Una sucesión de cuadros que representan alegorías y retratos reales hasta el siglo XVIII, y vitrinas con objetos de una clase nobiliaria, hacen que la visita sea lenta y poco comprensible si no se conoce la historia de nuestro país. Esto no quiere decir que su contenido no sea relevante, todo lo contrario; podemos encontrar auténticas exquisiteces entre las obras expuestas. Es el discurso museográfico el que resulta algo más complejo o confuso de seguir para un público más ignoto, ya que en apariencia la Historia de Madrid parece que tiene su germen únicamente en la Historia y sin contar con la Intrahistoria.



Pero al ascender al resto de las salas esta sensación cambia. La presencia del «pueblo» va in crescendo y es cuando nuestras neuronas comienza a entablar relaciones entre la evolución de la ciudad a lo largo de los años con la realidad que luego nos encontramos en sus calles.

Un pequeño inciso para que no generar suspicacias. No podemos quitar mérito y diferenciar entre una y otra planta tan drásticamente puesto que estamos tratando con épocas diferentes. Los bienes (obras de arte) que nos han llegado del final de la Edad Media y de gran parte de la Edad Moderna suelen pertenecer a una clase dominante, dejando poco margen a encontrar cualquier objeto que haga una lectura de las distintas clases sociales del pueblo madrileño de aquellos periodos. Aún con eso quizás en un futuro se podría incluir patrimonio etnográfico si lo hubiere, por supuesto.



Realizada esta puntualización las siguientes salas del museo van realizando un retrato de la evolución de la ciudad y, más importante, de la esencia de cómo se ha ido construyendo la identidad de los madrileños. Llega un momento que uno pierde la sensación de la magnificiencia que supone ser la Capital, para empatizar con los verdaderos protagonistas de la historia de este Gran Pueblo Grande: los ciudadanos. A esto ayuda que esas salas hacen referencia a periodos donde las clases sociales se habían metamorfoseado y el protagonismo del pueblo se hacía más patente en todos los aspectos de la vida: los movimientos sociales, la literatura, el arte, la política, la prensa, la economía, etc.



En estas salas el guión museográfico está estructurado de tal forma que aspectos tan aparentemente poco inusuales como el «ocio» o la «moda», cobren tal relevancia como para entender la idiosincrasia de una ciudad global y cosmopolita como es hoy Madrid.


Un pequeño gran museo, con muchos discursos sobre una ciudad que tiene numerosas interpretaciones y múltiples vivencias.


Óscar Navajas Corral.
PhD. Museology.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Hablemos de la necesidad de investigar sobre Ecomuseos

Ecomuseums need a international network to share knowledge and experiences. Maybe a network into the MINOM.


El ecomuseo, ese inventó francés que se expandió de forma increíble en los años ochenta y noventa del pasado siglo. Esta expansión al principio estuvo limitada a los países de influencia cercana: Italia, España, Portugal, Canadá (por la parte francófona) y algunos países del Este de Europa. Poco a poco el ecomuseo o el nombre –no voy a entrar aquí en debates sobre si realmente son o no «ecomuseos»– continuó su expansión por Asia, Próximo Oriente y por Centro y Suramérica.

Los estudios sobre ecomuseos se han centrado en la mayoría de los casos en la teoría; en el propio fenómeno, haciendo hincapié en las experiencias más emblemáticas como Creusot o Haute-Beauce; o en algunas monografías específicas dedicadas a países concretos: en Portugal Mercedes Stoffel o Mario Moutinho, en Italia Maurizio Maggi, en España el que suscribe, etc.; pero aún continúan echándose de menos estudios globales de lo que está suponiendo el fenómeno que, lejos de desaparecer tras su boom de los años noventa, continúa expandiéndose y curiosamente en por dos vías. Por un lado, en países con una tradición museológica asentada comienzan o relanzan los ecomuseos, como es el propio caso español. Por otro lado, por los lugares más recónditos que se pudiera llegar a imaginar, sobre todo, y lo más interesante, en regiones con una interesante participación comunitaria.

Es cierto que profesionales como Peter Davis, Gerard Corsane, Kazuoki Ohara, entre otros, están trabajando en el asesoramiento y la difusión de los ecomuseos, fundamentalmente más allá de los países donde se implantaban «tradicionalmente». Me dejo fuera de estas líneas a personas tan importante como Hugues de Varine-Bohan, Mario Chagas, Raúl Méndez y un largo etcétera, no porque piense que su trabajo pueda ser inferior o no con el suficiente impacto, ni por asomo, sino porque los profesionales de arriba, quizás simplemente por publicar en inglés (nos guste o no), son los que están causando una mayor repercusión en esa nueva oleada de países que ven en los ecomuseos una forma de desarrollo comunitario: Turquía, Mongolia, China, Corea, etc. Pero, y volviendo al tema, sigue existiendo la carencia de aglutinar experiencias, compartir conocimientos, investigar cada iniciativa, analizarla y difundirla.

En Italia se va a crear en breve una Red Nacional de Ecomuseos; en Japón existe una asociación de ecomuseos, en Brasil también, además que estos últimos realizan desde finales del siglo XX un encuentro internacional de Ecomuseos; en países como Brasil o México donde existente figuras paralelas a los ecomuseos, como los Museo de las Favelas (Puntos de Memoria) o los Museos Comunitarios respectivamente, existente profesionales que han puesto en marcha ecomuseos comunitarios, como el Ecomuseo de Amazonia de Belem o el Ecomuseo en Nayarit; etc. No obstante, la desconexión en este panorama es evidente. Existe el Movimiento Internacional para una Nueva Museología (MINOM), pero no todos conocen o aceptan esta organización asociada al Consejo Internacional de Museos (ICOM-UNESCO), que ha evolucionado pero que para muchos continúa poseyendo parámetros anquilosados en las décadas de los años setenta y ochenta del pasado siglo. A esto se suma, las diferencias lingüísticas y las «guerras» académicas y metodológicas que aún siguen vigentes entre el sistema anglosajón y…, el resto.

La Ponte-Ecomuséu (Asturias-España)

¿Barreras insalvables? Ni por asomo. Una nueva ornada de profesionales está (estamos) entrando en el panorama ecomuseológico internacional con nuevas inquietudes y, lo principal, con una mentalidad de compartir en lo global el trabajo local. Más importante aún, todos están (estamos) viendo que nos unen objetivos comunes, independientemente del país en el que trabajemos, y que las diferencias únicamente son escollos que se superan con voluntad y una red de trabajo conjunta.


Óscar Navajas Corral

PhD. Museology

lunes, 14 de septiembre de 2015

Un pequeño laberinto en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid

The exhibition is one of the most important tools of a Museum


¡Qué curioso! Continúo siendo caprichos: a veces me enamoro de alguna cosa absurda y la compro a pesar de mis aprietos [económico]. Aquí tengo un piso lleno de cosas fantasmales y divertidas. (…) Me precio de tener vista. A veces paso con mi señora delante de una vidriera y le digo: «Este objeto tiene valor». Al día siguiente, volvemos a pasar: el objeto ha desaparecido
(Ramón Gómez de la Serna).


La exposición es una de las herramientas de difusión más importantes que posee un Museo (Maure, 2006). Es la que permite el contacto directo con el público. Cuando el objeto se muestra, «indefenso», ante las miradas de su visitantes, creadores, usuarios…, dueños. Revestidos en ocasiones de palabras en carteles de diseño aséptico. Colocados en compañía de otros, en ocasiones rivales, en ocasiones amantes, o en plena soledad, bajo la luz tenue que clama silencio. Sin voz ni voto cuentan lo que el público quiere escuchar, lo que llega a comprender o lo que el guion museográfico le permite desvelar. Y es que es tan importante lo que revelan como lo que callan. El sentido de la exposición es el sentido de la esencia que quedará en aquellos que pasan por sus salas, el alcance de un mensaje. El «sentido», en su significado más amplio, es lo que marca la propuesta del Museode Arte Contemporáneo de Madrid desde que abrió sus puertas.

El orden de la Colección, en este denominado Museo portátil, fusiona bajo un mismo rótulo una colección de arte contemporáneo y el Despacho de Ramón Gómez de la Serna en pleno centro de Madrid, en el Centro CulturalConde Duque. El «juego» está en la idea de museo abierto, de que todo es museo, o puede serlo, de que todo es museable y de que todo tiene su historia, sus múltiples lecturas; cualquier objeto, cualquier obra, dependiendo de dónde, quién y cómo estén colocadas tiene sus relatos que susurrarnos. Es el museo dentro del museo y la libertad de la colección.




La primera planta del museo se configura como un homenaje a Madrid y como un minúsculo laberinto. Escondido en una pequeña sala del inmenso Conde Duque, los paneles que sustentan y separan las obras de arte contemporáneo forman recovecos que suscitan la duda de: «por dónde empezar» y al final el deseo de: «por dónde volver a empezar». Forma, gesto, figura, realidad, imagen, ciudad, unicidad y multiplicidad van señalado la diversidad de caminos para construir discursos de la mano a obras de artistas como Lucio Muñoz, Salvador Dalí, Jorge Oteiza, Julio López, Soledad Sevilla, Juan Genovés, Jordi Teixidor o Suara.



Lejos de ser una colección de nombres lo que realmente atrae la atención de cualquier visitante es el aliciente de sentirse protagonista en la construcción del recorrido. Una mirada por los volúmenes de Oteiza –que yo lo hubiera puesto exento, no pegado a la pared– te anima a probar con el Gesto de Saura y el matérico Lucio, para luego girar y perderte en la realidad urbana de Julio López y, tras un panel, con los nervios a flor de piel por saber que nos deparará, una «maleta» de Chema Madoz nos está esperando. Y este que este microcosmos es otro de los rincones –de mis rincones– de Madrid, poco conocido como la Academia, pero con una calidad que no desmerecen a los Grandes espacios culturales y museológicos de la capital.



En la planta de arriba, la colección continua, como premonitorio, con unas palabras de Ramón Gómez de la Serna: «Lo que en realidad maravilla al hombre es ver las cosas superpuestas. La superposición que consigue en construcciones, en ideas, en fantasías, es lo que cree que le hace trascendente». La relación entre las dos plantas, la de la Colección y la de Ramón, no son tan alejadas. El arte contemporáneo tuvo en Ramón a uno de sus mayores promotores, no fue sino una de nuestras figuras más importantes durante las Vanguardias.



En esta segunda sala el diseño expositivo está en la «vitrina». Toda la habitación de Gómez de Serna se encuentra envuelta en una caja que impiden el paso y a la que solo se puede acceder con la mirada por ventanas y ventanucos de diferentes dimensiones. El juego está servido: ¿no podemos acceder a ella por la preservación y conservación de su contenido? ¿es el propio juego del deseo, de entrar, y de la frustración, de no poder hacerlo? ¿es quizás la idea de la fetichización del objeto con la que trabaja el museo y con la que el propio Ramón lleno su vida, su particular Aleph? Sea por una razón u otra, efectivamente uno se siente como Borges cuando vio el Aleph en casa de carlos SArgentino.

Mi actual habitación nació de una botella con una vela plantada en el gollete. (…) Poco a poco, durante once años, he ido pegando estampas en el techo y en las paredes, en las puertas y en las contraventanas, hasta lograr que no quede más que un hueco secreto sin cubrir. (…) Cada vez se amontonan más cosas en mi despacho, y han vuelto los globos de cristal de espejo, que en número de mil formaron mi sistema sideral en mis viejos recintos. Son las primeras estrellas de la nueva noche (…) Son como cándidas miradas de ojos infantiles, en las que hay como una ilusión escondida y a veces una nube o una catarata (…) y una especie de intercambio de destinos y sueños. […] Pero si las bolitas de cristal son mi tesoro, los pisapapeles son mi supertesoro.

Rebañando, quedándome sin nada para el tranvía, voy adquiriendo extrañas gangas, además de que algunos admiradores y admiradoras me han regalado raras cosas. (…) Tengo material de colegio reivindicado, una gran oreja que hace que consiga oír España por mi radio y uno de esos ojos que se desarman y que hace que las visitas me pregunten por qué lo tengo y yo les conteste que es el ojo que todo lo ve.

Pero lo más particular de todo es mi estampario de que ese conjunto de recortes que han vuelto a cubrir como una enredadera sin intersticio todo el local. Tijereteo solo lo extraordinario y lo mismo me da desmochar un libro caro que una revista de colección. (…) Pegadas y clavadas. (…) La vida es mirar. (…) La imagen de una sola cosa yo no quiere decir nada apenas nada. Es necesario complicarla, injertarla en otras, herirla en el pecho.[…] Además el escritor es como un presidiario que no sale de su cárcel y que por eso decora igual que el confinado en la cárcel la llena de inscripciones y grafitos (Ramón Gómez de la Serna).

Su despacho se convirtió en un lugar de coleccionar, como un Gabinete de Maravilla que Ramón construía, reconstruía y deconstruía. Siguiendo los textos que acompañan el montaje parece que los objetos, los cachivaches, los recortes seguían a la zaga sus pensamientos, pero al final uno descubre que no, que le acompañaban; en ocasiones, él los descubría, en otras, ellos le sorprendía. Don Ramón y su Despacho eran la misma cosa, una personalidad de dos mundos en un misma personalidad.




El objeto cuenta, narra y nos pregunta. Nos hace pensar lo que otros pensaros. Este pequeño laberinto museográfico de Madrid invita a al visitante a volver y a redescubrir detalles que en cada visita. La propia habitación de Ramón es eso, es descubrir nuevos detalles dentro de la cotidianeidad, es una llamada a no caer en la rutina, en la costumbre, a seguir sorprendiéndose con fragmentos en aquellas calles que transitamos a diario, en las cafeterías que frecuentamos repetidamente, en todo aquel lugar que pensamos que ya está descubierto y no nos puede sorprender.


Óscar Navajas Corral

PhD. Museología