La historia de Madrid se puede
descubrir de numerosas formas. Entre ellas, una de las más apasionantes es
dejar que te vaya sorprendiendo según se callejea por la misma. Pero, en
ocasiones a esto le falta algún conocimiento de cada «escondite» o unos mínimos
apuntes con los que completar la experiencia. Para suplir esto, sugiero una
visita al Museo de Historia de Madrid.
El museo fue creado en 1929 «con
la voluntad de ser la memoria histórica de la ciudad», aunque es más conocido
por la fachada barroca que flanquea el edificio de Pedro Ribera que lo alberga
y por el barrio castizo emblemático en el que se encuentra. Su interior, recientemente
rehabilitado, es aún poco visitado. Y la verdad es que en una primera impresión
esto podía llegar a comprenderse ya que la visita a la primera planta causa
desasosiego incluso tedio.
Una sucesión de cuadros que
representan alegorías y retratos reales hasta el siglo XVIII, y vitrinas con
objetos de una clase nobiliaria, hacen que la visita sea lenta y poco
comprensible si no se conoce la historia de nuestro país. Esto no quiere decir
que su contenido no sea relevante, todo lo contrario; podemos encontrar
auténticas exquisiteces entre las obras expuestas. Es el discurso museográfico
el que resulta algo más complejo o confuso de seguir para un público más
ignoto, ya que en apariencia la Historia de Madrid parece que tiene su germen
únicamente en la Historia y sin contar con la Intrahistoria.
Pero al ascender al resto de las
salas esta sensación cambia. La presencia del «pueblo» va in crescendo y es cuando nuestras neuronas comienza a entablar
relaciones entre la evolución de la ciudad a lo largo de los años con la
realidad que luego nos encontramos en sus calles.
Un pequeño inciso para que no
generar suspicacias. No podemos quitar mérito y diferenciar entre una y otra
planta tan drásticamente puesto que estamos tratando con épocas diferentes. Los
bienes (obras de arte) que nos han llegado del final de la Edad Media y de gran
parte de la Edad Moderna suelen pertenecer a una clase dominante, dejando poco
margen a encontrar cualquier objeto que haga una lectura de las distintas
clases sociales del pueblo madrileño de aquellos periodos. Aún con eso quizás
en un futuro se podría incluir patrimonio etnográfico si lo hubiere, por
supuesto.
Realizada esta puntualización las
siguientes salas del museo van realizando un retrato de la evolución de la
ciudad y, más importante, de la esencia de cómo se ha ido construyendo la
identidad de los madrileños. Llega un momento que uno pierde la sensación de la
magnificiencia que supone ser la Capital, para empatizar con los verdaderos
protagonistas de la historia de este Gran Pueblo Grande: los ciudadanos. A esto
ayuda que esas salas hacen referencia a periodos donde las clases sociales se
habían metamorfoseado y el protagonismo del pueblo se hacía más patente en
todos los aspectos de la vida: los movimientos sociales, la literatura, el
arte, la política, la prensa, la economía, etc.
En estas salas el guión
museográfico está estructurado de tal forma que aspectos tan aparentemente poco
inusuales como el «ocio» o la «moda», cobren tal relevancia como para entender
la idiosincrasia de una ciudad global y cosmopolita como es hoy Madrid.
Un pequeño gran museo, con muchos
discursos sobre una ciudad que tiene numerosas interpretaciones y múltiples vivencias.
Óscar Navajas Corral.
PhD. Museology.
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