The exhibition is one of the most important tools of a Museum
¡Qué curioso! Continúo siendo
caprichos: a veces me enamoro de alguna cosa absurda y la compro a pesar de mis
aprietos [económico]. Aquí tengo un piso lleno de cosas fantasmales y
divertidas. (…) Me precio de tener vista. A veces paso con mi señora delante de
una vidriera y le digo: «Este objeto tiene valor». Al día siguiente, volvemos a
pasar: el objeto ha desaparecido
(Ramón Gómez de la Serna).
La exposición es una de las
herramientas de difusión más importantes que posee un Museo (Maure, 2006). Es la
que permite el contacto directo con el público. Cuando el objeto se muestra,
«indefenso», ante las miradas de su visitantes, creadores, usuarios…, dueños.
Revestidos en ocasiones de palabras en carteles de diseño aséptico. Colocados
en compañía de otros, en ocasiones rivales, en ocasiones amantes, o en plena
soledad, bajo la luz tenue que clama silencio. Sin voz ni voto cuentan lo que
el público quiere escuchar, lo que llega a comprender o lo que el guion
museográfico le permite desvelar. Y es que es tan importante lo que revelan
como lo que callan. El sentido de la exposición es el sentido de la esencia que
quedará en aquellos que pasan por sus salas, el alcance de un mensaje. El
«sentido», en su significado más amplio, es lo que marca la propuesta del Museode Arte Contemporáneo de Madrid desde que abrió sus puertas.
El
orden de la Colección,
en este denominado Museo portátil,
fusiona bajo un mismo rótulo una colección de arte contemporáneo y el Despacho
de Ramón Gómez de la Serna en pleno centro de Madrid, en el Centro CulturalConde Duque. El «juego» está en la idea de museo abierto, de que todo es
museo, o puede serlo, de que todo es museable y de que todo tiene su historia,
sus múltiples lecturas; cualquier objeto, cualquier obra, dependiendo de dónde,
quién y cómo estén colocadas tiene sus relatos que susurrarnos. Es el museo
dentro del museo y la libertad de la colección.
La primera planta del museo se
configura como un homenaje a Madrid y como un minúsculo laberinto. Escondido en
una pequeña sala del inmenso Conde Duque, los paneles que sustentan y separan
las obras de arte contemporáneo forman recovecos que suscitan la duda de: «por
dónde empezar» y al final el deseo de: «por dónde volver a empezar». Forma,
gesto, figura, realidad, imagen, ciudad, unicidad y multiplicidad van señalado
la diversidad de caminos para construir discursos de la mano a obras de
artistas como Lucio Muñoz, Salvador Dalí, Jorge Oteiza, Julio López, Soledad
Sevilla, Juan Genovés, Jordi Teixidor o Suara.
Lejos de ser una colección de
nombres lo que realmente atrae la atención de cualquier visitante es el
aliciente de sentirse protagonista en la construcción del recorrido. Una mirada
por los volúmenes de Oteiza –que yo lo hubiera puesto exento, no pegado a la
pared– te anima a probar con el Gesto de Saura y el matérico Lucio, para luego
girar y perderte en la realidad urbana de Julio López y, tras un panel, con los
nervios a flor de piel por saber que nos deparará, una «maleta» de Chema Madoz
nos está esperando. Y este que este microcosmos es otro de los rincones –de mis
rincones– de Madrid, poco conocido como la Academia, pero con una
calidad que no desmerecen a los Grandes espacios culturales y museológicos de
la capital.
En la planta de arriba, la
colección continua, como premonitorio, con unas palabras de Ramón Gómez de la
Serna: «Lo que en realidad maravilla al hombre es ver las cosas superpuestas.
La superposición que consigue en construcciones, en ideas, en fantasías, es lo
que cree que le hace trascendente». La relación entre las dos plantas, la de la
Colección y la de Ramón, no son tan alejadas. El arte contemporáneo tuvo en
Ramón a uno de sus mayores promotores, no fue sino una de nuestras figuras más
importantes durante las Vanguardias.
En esta segunda sala el diseño
expositivo está en la «vitrina». Toda la habitación de Gómez de Serna se
encuentra envuelta en una caja que impiden el paso y a la que solo se puede
acceder con la mirada por ventanas y ventanucos de diferentes dimensiones. El
juego está servido: ¿no podemos acceder a ella por la preservación y
conservación de su contenido? ¿es el propio juego del deseo, de entrar, y de la
frustración, de no poder hacerlo? ¿es quizás la idea de la fetichización del objeto
con la que trabaja el museo y con la que el propio Ramón lleno su vida, su
particular Aleph? Sea por una razón u
otra, efectivamente uno se siente como Borges cuando vio el Aleph en casa de carlos SArgentino.
Mi actual habitación nació de una
botella con una vela plantada en el gollete. (…) Poco a poco, durante once
años, he ido pegando estampas en el techo y en las paredes, en las puertas y en
las contraventanas, hasta lograr que no quede más que un hueco secreto sin
cubrir. (…) Cada vez se amontonan más cosas en mi despacho, y han vuelto los
globos de cristal de espejo, que en número de mil formaron mi sistema sideral
en mis viejos recintos. Son las primeras estrellas de la nueva noche (…) Son
como cándidas miradas de ojos infantiles, en las que hay como una ilusión
escondida y a veces una nube o una catarata (…) y una especie de intercambio de
destinos y sueños. […] Pero si las bolitas de cristal son mi tesoro, los
pisapapeles son mi supertesoro.
Rebañando, quedándome sin nada
para el tranvía, voy adquiriendo extrañas gangas, además de que algunos
admiradores y admiradoras me han regalado raras cosas. (…) Tengo material de
colegio reivindicado, una gran oreja que hace que consiga oír España por mi
radio y uno de esos ojos que se desarman y que hace que las visitas me
pregunten por qué lo tengo y yo les conteste que es el ojo que todo lo ve.
Pero lo más particular de todo es
mi estampario de que ese conjunto de recortes que han vuelto a cubrir como una
enredadera sin intersticio todo el local. Tijereteo solo lo extraordinario y lo
mismo me da desmochar un libro caro que una revista de colección. (…) Pegadas y
clavadas. (…) La vida es mirar. (…) La imagen de una sola cosa yo no quiere
decir nada apenas nada. Es necesario complicarla, injertarla en otras, herirla
en el pecho.[…] Además el escritor es como un presidiario que no sale de su
cárcel y que por eso decora igual que el confinado en la cárcel la llena de
inscripciones y grafitos (Ramón Gómez de la Serna).
Su despacho se convirtió en un
lugar de coleccionar, como un Gabinete de Maravilla que Ramón construía,
reconstruía y deconstruía. Siguiendo los textos que acompañan el montaje parece
que los objetos, los cachivaches, los recortes seguían a la zaga sus pensamientos,
pero al final uno descubre que no, que le acompañaban; en ocasiones, él los
descubría, en otras, ellos le sorprendía. Don Ramón y su Despacho eran la misma
cosa, una personalidad de dos mundos en un misma personalidad.
El objeto cuenta, narra y nos
pregunta. Nos hace pensar lo que otros pensaros. Este pequeño laberinto
museográfico de Madrid invita a al visitante a volver y a redescubrir detalles
que en cada visita. La propia habitación de Ramón es eso, es descubrir nuevos
detalles dentro de la cotidianeidad, es una llamada a no caer en la rutina, en
la costumbre, a seguir sorprendiéndose con fragmentos en aquellas calles que
transitamos a diario, en las cafeterías que frecuentamos repetidamente, en todo
aquel lugar que pensamos que ya está descubierto y no nos puede sorprender.
Óscar Navajas Corral
PhD. Museología
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