En estas dos últimas semanas estamos siendo testigos de otras caras de la crisis. Una crisis que sigue siendo, en ocasiones contradictoria, en lo que se refiere a espacios museales y/o culturales.
El Espacio Torner de Cuenca cierra sus puertas –hasta marzo de 2012, de momento− por falta de financiación y por la deuda que acumula el ayuntamiento con esta institución que han hecho insostenible que permanezca abierto al público. El Centro Niemeyer de Avilés, también, está atravesando una etapa de incertidumbres. Pero, por el contrario, el Museo Carmen Thyssen de Málaga amplía su horario nocturno, de 22.00 y la 1:00 horas, con motivo del programa Alterna en la movida del Ayuntamiento de Málaga, con el que se pretende que los jóvenes tengan un oferta alternativa al ocio nocturno. Y el Museo del Prado nos sorprendía con la noticia en la que anunciaba que abrirá todos los días de la semana a partir de enero lo que, según fuentes, permitirá tener una repercusión en el PIB de 80 a 90 millones de euros.
El cierre de un museo, una institución que se abre para albergar en muchos casos una patrimonio esencial para la sociedad y para contribuir, con ello, a la pedagogía global de la misma siempre es un paso atrás. Pero la difusión y accesibilidad de las iniciativas de las que hacen gala los otros dos ejemplos museales expuestos, son dignas de referenciar y de aplaudir. No obstante me gustaría recordar las palabras de Geroge H. Rivière en las que decía: El éxito de un museo no se mide por el número de visitantes que recibe, sino por el número a los que ha enseñado alguna cosa. No se mide por el número de objetos que expone, sino por el número de objetos que los visitantes han logrado aprehender en su entorno humano. No se mide por su extensión, sino por la cantidad de espacio que el público puede de manera razonable recorrer en aras de un verdadero aprovechamiento. Eso es el museo. Si no, no es más que una especie de “matadero cultural”, del que se sale reducido en forma de salchichón (citado por Anne Gruner en La Museologia. Rivière: 1989, 9).
En estos momentos en los que parece que el mundo se debate entre la supervivencia económica y la lucha por no perder el proyecto Social que nos caracteriza como humanos, muchas instituciones culturales (museales) no sé si no se están olvidando de reflexionar y valorar la función social que les es intrínseca, del mensaje que transmiten a visitantes locales y visitantes, masivos o no, que acuden a ver en sus salas una parte de su identidad o de la identidad del ser humano.
Por
Óscar Navajas Corral
Prof. Nebrija Universidad
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